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jueves, 28 de abril de 2016

UN CAMINO SIN HUELLAS




La dirección se oculta bajo la huida, el trastorno y la imprudencia.
Recuerdo aquellos días dejando rastros de sangre coagulada antes de ser derramada.
En el preciso momento que crees tener algo, acabas de perderlo de la forma más estúpida. Y solo queda hacer recuento de las esquirlas desperdigadas como hojarasca de otoño en un parque sombrío.
El frío absoluto pelaba de carne mis huesos.
La estafa autoinflingida rebosaba de mi estómago como agua sucia en plena ebullición cual espuma de fracaso, sin poder apartar de mí el fogón que lo causaba.
Sentía el vértigo del acantilado. Llegué al borde del precipicio y eran mis propias manos las que me empujaban. Manos incapaces de resolver una suma de dos dígitos y en cambio asequibles para formar garras.
Difícilmente puedes ver con claridad cuando tus ojos saltan de las órbitas suicidándose con dulzura, dejando los lloros a una ciega calavera.
Me convertí en un circo ambulante y decrépito sin dirección, con la carpa descolorida, dejando folletos de descuento en cada ciudad a mi paso para que vieran un espectáculo de trastorno e imprudencia.
Tenía el vientre lleno de payasos.

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